23/11/2021

David Sulmont: “El hecho que ha ganado Pedro Castillo ha exacerbado cierto radicalismo de derecha que no se manifestaba tan públicamente antes”

David Sulmont: “El hecho que ha ganado Pedro Castillo ha exacerbado cierto radicalismo de derecha que no se manifestaba tan públicamente antes”

Al finalizar la segunda vuelta electoral, se hizo más evidente la presencia mediática de grupos de extrema derecha que protestaban por un supuesto fraude electoral. Asimismo, se dieron a conocer algunos grupos como La Resistencia, Los Insurgentes, Los Combatientes, los cuales han cometido actos de acoso y hostigamiento.

A partir de esta situación, que parece no terminar a pesar del paso de los meses, conversamos con el sociólogo David Sulmont, profesor de la Facultad de Ciencias Sociales de nuestra universidad, sobre cómo estos grupos extremistas podrían estar afectando a la democracia.

En líneas generales, ¿a quienes se puede considerar grupo de extrema derecha? ¿Qué caracteriza a estas organizaciones?

Los extremismos siempre son relativos. Extremistas de derecha, por lo general, son quienes tienden a ser conservadores en el ámbito social, es decir preservar valores vinculados a la familia patriarcal, son reacios al cambio social y su discurso es conservador en el campo de las costumbres. También suelen valorar el ejercicio de la autoridad en la resolución de conflictos sociales, los cuales son vistos como una alteración del orden social. Por lo tanto, una restauración del orden implica una imposición de una autoridad, incluso con el uso de la fuerza.

Los discursos de la extrema derecha son poco tolerantes hacia la diversidad de ideas. Hay una concepción de que un conjunto de ideas es peligroso para la familia, las costumbres y la seguridad. Entonces, estas serían las características de un pensamiento radical, del conservadurismo y autoritarismo. La poca tolerancia hacia ideas diferentes y hacia la diversidad.

Además, la extrema derecha se plantea como enemigos políticos a los discursos de izquierda, hay una fijación por el anticomunismo. También contra formas de identidades sexuales, hay una fuerte intolerancia hacia bisexuales, lesbianas, trans y también hacia la identidad de género porque transgrede el orden tradicional de la sociedad.

¿Podríamos decir que la fuerte presencia de estos grupos se debe a la llegada de un gobierno que busca un cambio del statu quo?

No necesariamente. En el Perú, discursos conservadores y ultraconservadores siempre han existido. Efectivamente, el que haya ganado Pedro Castillo ha exacerbado cierto radicalismo de derecha que no se manifestaba tan públicamente antes. Ha manifestado su apoyo a figuras políticas que no necesariamente son extremistas, pero que sí reciben el beneplácito de los grupos radicales de derecha. Sin embargo, habría que ver hasta qué punto estos radicalismos tienen respaldo en la opinión pública o una aceptación amplia. Yo sería escéptico al respecto.

Estos grupos pueden tener mucha visibilidad porque los discursos radicales tienden a generar acontecimientos mediáticos que llaman la atención. Pero el hecho de que el Perú sea una sociedad conservadora no significa que su población esté politizada o ideologizada porque no hay partidos políticos fuertes con arraigo social importante. El ciudadano peruano promedio no es altamente ideologizado; puede tener actitudes conservadoras en lo político y social que implica el apoyo a candidaturas conservadoras tanto de derecha como de izquierda. El conservadurismo no es un monopolio de la derecha, como hemos visto en nuestro panorama político actual.

Asimismo, este radicalismo es básico y precario en términos ideológicos, y no resiste ni al mínimo escrutinio de periodistas o medios de comunicación, los cuales, por lo demás, también son bien precarios. Es un radicalismo básico; no estamos frente al fascismo italiano o español.

“Este radicalismo es básico y precario en términos ideológicos, y no resiste ni al mínimo escrutinio de periodistas o medios de comunicación, los cuales, por lo demás, también son bien precarios. Es un radicalismo básico; no estamos frente al fascismo italiano o español”.

¿Y estos grupos de extrema derecha podrían llegar a crecer como el fascismo español?

Habría que ver si llegan a tener una figura electoral más o menos carismática y viable. Un líder radical sí podría llegar al poder, aunque para ganar una elección tendría que moderar su discurso durante las elecciones y hacer otra cosa a la hora de gobernar. Ha ocurrido en otros países; por ejemplo, Rodrigo Duterte en Filipinas es un presidente que ha llegado con un discurso autoritario, sobre todo en la manera de enfrentar el crimen. Entonces, situaciones donde se experimenta una crisis que amenaza la seguridad física y económica de las familias, generan que busquen un líder que tenga la apariencia de imponer la autoridad y esto favorece a liderazgos autoritarios.

Las actividades públicas de grupos de extrema derecha son conocidas en países como Alemania, Francia o Estados Unidos, los cuales cuentan con niveles distintos de aval y apoyo popular. En el Perú ¿quiénes serían los principales interesados en apoyar movimientos de extrema derecha?

Dependiendo de quiénes ven que una movilización del extremismo puede convenirles políticamente. En este caso, los grupos de extrema derecha se movilizan en contra del gobierno, eso beneficiará a los que están al otro lado del espectro político como aliados funcionales. De ahí a que esta gente pueda influenciar a un gobierno hay una distancia. También hay sectores que pueden tener cierta capacidad de influencia en medios de comunicación, empresariado pero que no son aficionados a radicalismos. Pueden ser conservadores, pero les gusta que las cosas vayan en paz porque demasiada exaltación y polarización política tampoco son buenas para los negocios.

Lo que llama la atención en el caso peruano es que estos grupos han aparecido con una simbología y una visibilidad mediática que no tenían hace un año. La polarización producida en esta campaña electoral ha dado pie a que se normalice la presencia mediática de este tipo de grupos al igual como se ha hecho en otros países. Por ejemplo, en Estados Unidos, a partir de la experiencia de Trump, llegó a verse como normal la presencia de gente que piensa así en espacios públicos o mediáticos y eso a su vez determinó que esos grupos se sientan menos inhibidos para manifestar públicamente sus ideas, lo que en otras circunstancias nos parecería fuera del lugar.

Existen grupos que vienen destruyendo memoriales – como el caso del que conmemoraba a Inti y Bryan, jóvenes fallecidos en la manifestación de hace un año– participando en actos de hostilización y acoso. ¿La solución es únicamente aplicar sanciones penales o se necesita emplear un método más profundo e inteligente para su erradicación?

Primero hay que ver si el arsenal jurídico que tenemos condena el hostigamiento como hicieron en la presentación del libro de Sagasti en Barranco. En cuanto el memorial de Inti y Bryan, no destrozaron propiedad pública porque no era un monumento, solo era una instalación artística. Otra cosa sería que derribaran la estatua de Mariátegui o que destruyan El Ojo que Llora. Entonces, hay que ver una adecuada tipificación de ciertos hechos.

Generalmente estos grupos juegan con actitudes extremistas que están al margen de la ley, pero que pueden ser permisibles en términos de libertad de expresión. Así, para empezar, hay que ver si hay una legislación adecuadamente diseñada para perseguir ese tipo de manifestaciones y tener una estrategia judicial inteligente para perseguir este tipo de manifestaciones sin convertir en víctimas a sus protagonistas, pues siempre pueden alegar que los están persiguiendo y reprimiendo su libertad de expresión, lo cual resultaría beneficioso para ellos en términos de publicidad.

Lo importante es evitar que la expresión pública de extremismos políticos se convierta en algo normal. Y eso implica hacer pedagogía política. Los líderes deberían demostrar a la sociedad, que las diferencias políticas pueden dirimirse sin necesidad de calificar a tu adversario como un enemigo y sin plantear una lucha a muerte. Pero eso no es sencillo; se requiere cierto apego a reglas civilizadas de debate político. También cuenta aquí el rol de los medios de comunicación, que parecen no estar preparados para cubrir estos acontecimientos de una manera crítica. ¿Cómo cubrieron los medios la irrupción en la presentación del libro de Sagasti? “Un grupo de ciudadanos protestan”. Pero eso no fue una protesta de ciudadanos. Al describirlo así se establece una falsa equivalencia que es contraproducente.

¿De qué forma grupos públicamente reconocidos como La resistencia, Los Insurgentes, Los Combatientes y La Sociedad Patriotas del Perú afectarían el sistema democrático y los derechos humanos?

Lo afectarían si llegaran al poder, si se diera el caso de que, por circunstancias electorales, este grupo llegara a controlar el aparato del Estado y a incidir sobre la promulgación de leyes. Eso sí puede ser perjudicial porque podría limitar una serie de derechos ciudadanos y humanos, y utilizar al Estado para hacer avanzar su agenda. Mientras no tengan ese acceso al poder o ese nivel de influencia, el discurso en sí mismo no es una afectación a los derechos humanos. Decir estupideces es algo que puede hacer cualquiera. Lo que se puede evaluar es hasta qué punto tenemos una legislación que reprime los discursos de odio que pueden generar daño. Hay otros países donde se reprime los discursos de odio contra las minorías o las mujeres. Asimismo, hay que ser vigilantes si es que otros grupos cometen faltas o delitos como agresiones físicas, amenazas, actos de intimidación, extorsiones, etc. Ahí es necesario que actúen los operadores de justicia.


Fuente: IDEHPUCP